enemigos

Por donde lo veas te da tristeza. Ayer en la ciudad nos enteramos que las dos personas muertas en la balacera del Tec eran estudiantes del Tecnológico de Monterrey, de apenas 23 y 24 años y, como siempre sucede en estos casos, con excelencia académica. Ya para que suceda algo así en el Tec, una de las zonas que durante años fue sinónimo de respeto y cierta seguridad, esto significa que la ciudad es tierra de nadie. Yo en lo personal me levanto todos los días de mi cama deseando regresar a ella bien y tener un día “normal” eso ya es como una bendición. Todos tenemos miedo y los que no lo dicen es porque no quieren evidenciarlo.

Es una mezcla de miedo y coraje, sumado a la indignación. Sembrándonos un odio voraz hacía los narcos y, por qué no, a la bola de yupies que por años engordaron el negocio del narcotráfico del que no nos vamos a librar fácil- por desgracia-. E intentas hablar de otras cosas, vivir con normalidad, vamos, salir a la calle, vencer el miedo y vivir pero al mismo tiempo no puedes porque la gente no habla de otra cosa, es el tema de conversación en muchos lugares. Y con justa razón, esos muchachos merecen justicia y que nos indignemos. ¿Qué hacían? Estudiar para un examen, salir de la biblioteca a media noche después de pasarse más de tres horas estudiando, y tener la desgracia de toparse en un fuego cruzado entre narcos y militares. Mueren los que pueden sacar al país adelante y se quedan las lacras y alacranes.

La realidad es que andar después de las once de la noche en tu coche se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Bueno, ya a cualquier hora. Ayer fui por mi sobrino a su clase de catecismo. Docenas de niños gritones y alegres salían del edificio. Mientras caminábamos rumbo a mi casa le preguntaba qué había aprendido de Dios y todas esas cosas que les enseñan, y mientras lo escuchaba me daba ternura; el tiempo pasa muy rápido, ya no es el bebé que cargaba como changuito, ahora es un niño de siete años que se emociona por todo y se está acostumbrando a ponerse boca abajo en los coches cuando pasan las sirenas de los policías, y a que los adultos que le rodean hablen de pura violencia y de que no hay dinero. Pronto tendrá que dejar la casa en la que vive porque ya no la pueden pagar. Sentí feo también por ellos, los niños, es injusto. ¿Mantenerse optimista? Es un acto de fe al que hay que apostarle todo.