Yo andaba en un lugar público, estaba nublado y había mucha gente, era un evento. Lo curioso es que yo reporteba. Iba con la firme determinación de entrevistar a María Félix (actriz de la época de oro del cine mexicano) cosa que me parecía completamente irrelevante porque nunca me cayó bien esa mujer, pero chamba es chamba. Mi trabajo dependía de esa entrevista.
En medio de la gente me colé a un montoncito donde ella estaba platicando. Me vio y dejo que me acercara. Principal punto a favor, entonces, al ver que había accedido comencé a hacer mis preguntas a la Diva. Pero, oh, sorpresa! la persona mamona, prepotente y crecida que todos llegamos a conocer, en mi sueño me besaba los pies. Estaba casi obsesionada con responderme de mejor modo, sonreía, era toda amabilidad, toda complacencia hacia mi persona y era tan joven como en sus mejores tiempos, o sea estaba entrevistando a la de aquellos años.
Yo no lo podía creer, la tenía en la palma de mi mano, me valían madres sus respuestas porque algo en mí sabía que estaba obteniendo la última entrevista de la Diosa y que eso equivalía a una carrera muy chingona y prometedora para mi, status, poder, gloria. A media entrevista (de pie entre la bolita de gente y fans) me lamenté de que se me hubieran acabado las preguntas. ¡Chingados, porque no me gustan las películas antiguas, ahora qué le pregunto!, pensé. Para mi suerte ahí se acabó y se la llevaban sus guarros. Y no sé por qué le dije: ¡María, dame un abrazoooo! Y un guarro me aventó, obvio, porque ella era una diva. Entonces, Oh! María Félix le habló mal a su perro guardián y sí, lo imaginan bien, vino hacia mi y me dio el abrazo deseado, concediendo el capricho de la periodista. Sí sólo en sueños.
Entonces yo bien feliz me dirigía hacia mis padres pensando ahora sí se van a sentir bien orgullosos cuando, chin! me meto la mano en los bolsillos y las hojas de la entrevista estaban mojadas, o sea, mi entrevista valía madres ya, y el orgullo familiar también. Pero, luego, tramposa como suelo ser, pensé, Nah, vieja babosa, la puedo inventar. Y desperté. Hay mucho de diván aquí pero yo nada más lo quería contar.
En medio de la gente me colé a un montoncito donde ella estaba platicando. Me vio y dejo que me acercara. Principal punto a favor, entonces, al ver que había accedido comencé a hacer mis preguntas a la Diva. Pero, oh, sorpresa! la persona mamona, prepotente y crecida que todos llegamos a conocer, en mi sueño me besaba los pies. Estaba casi obsesionada con responderme de mejor modo, sonreía, era toda amabilidad, toda complacencia hacia mi persona y era tan joven como en sus mejores tiempos, o sea estaba entrevistando a la de aquellos años.
Yo no lo podía creer, la tenía en la palma de mi mano, me valían madres sus respuestas porque algo en mí sabía que estaba obteniendo la última entrevista de la Diosa y que eso equivalía a una carrera muy chingona y prometedora para mi, status, poder, gloria. A media entrevista (de pie entre la bolita de gente y fans) me lamenté de que se me hubieran acabado las preguntas. ¡Chingados, porque no me gustan las películas antiguas, ahora qué le pregunto!, pensé. Para mi suerte ahí se acabó y se la llevaban sus guarros. Y no sé por qué le dije: ¡María, dame un abrazoooo! Y un guarro me aventó, obvio, porque ella era una diva. Entonces, Oh! María Félix le habló mal a su perro guardián y sí, lo imaginan bien, vino hacia mi y me dio el abrazo deseado, concediendo el capricho de la periodista. Sí sólo en sueños.
Entonces yo bien feliz me dirigía hacia mis padres pensando ahora sí se van a sentir bien orgullosos cuando, chin! me meto la mano en los bolsillos y las hojas de la entrevista estaban mojadas, o sea, mi entrevista valía madres ya, y el orgullo familiar también. Pero, luego, tramposa como suelo ser, pensé, Nah, vieja babosa, la puedo inventar. Y desperté. Hay mucho de diván aquí pero yo nada más lo quería contar.