Mi fin de semana consistió en horas de no hacer nada, lo cual fue maravillosamente relajante después de tener semanas dedicadas al exterior. El viernes salí de vaga por la ciudad y las calles desérticas me deprimieron. Tengo que aceptar que el murmullo urbano me distrae. Ver que no había nadie me hacía pensar que todos se la estaban pasando increíble menos yo. Mi ego no lo soportaba. El sábado tenía planeado -el mejor de mis placeres- leer cuatro revistas que había comprado y por falta de tiempo reposaban en el escritorio olvidadas y tristes. Sinceramente me enamoré del diseño y estilo editorial de Nylon México, una bebé de apenas dos ejemplares. Por la tarde quise bajar de mi guarida, armada con dos opciones para el dvd. Marie Antoinette (la versión pop de Coppola) por novena ocasión – es enfermizo, lo sé-- y ya entrada la noche reírme un poco con una temporada de Aida.
Pero mi plan se frustró cuando me encontré a mi familia sentada en la sala con cacahuates, cerveza y fritangas porque habían contratado el partido de futbol, el cacareado y sobrevalorado clásico. Con ánimos de no ser una extraña en mi propio hogar (y ante la insistencia burlona) me senté con ellos y un vaso de Peñafiel fresa a ver un montón de balones fuera, caras decepcionadas, y close ups de fanáticos sudados. Gracias a Dios terminó el partido y justo me disponía a encender el dvd cuando veo en VH1 que pasaban El espejo tiene dos caras. Imperdonable no verla porque me hace mariconear mucho. Soy tan cursi que la he visto cuatro veces. Esta vez lloré mucho en penosa soledad con la canción final, la que canta Barbra con Brian Adams. Terminé viendo cuatro programas buenísimos de Fashion tv mientras los dvd planeados se quedaron tirados en el sillón.
El domingo de resurrección vi un programa argentino llamado “Ser Urbano” sobre el detrás de cámaras de una película porno a bordo de un barco afuera de Buenos Aires, oh!. Obvio, lo vi todo, y los actores detrás de cámaras daban hasta ternura, pero el director (ajeno al cliché del director obeso, barbudo, sucio, y morboso que uno se pueda imaginar) era un señor intelectual, muy respetuoso, paternal, preocupón, alegre, simplemente adorable. ¿Qué cosas, no?
Pero mi plan se frustró cuando me encontré a mi familia sentada en la sala con cacahuates, cerveza y fritangas porque habían contratado el partido de futbol, el cacareado y sobrevalorado clásico. Con ánimos de no ser una extraña en mi propio hogar (y ante la insistencia burlona) me senté con ellos y un vaso de Peñafiel fresa a ver un montón de balones fuera, caras decepcionadas, y close ups de fanáticos sudados. Gracias a Dios terminó el partido y justo me disponía a encender el dvd cuando veo en VH1 que pasaban El espejo tiene dos caras. Imperdonable no verla porque me hace mariconear mucho. Soy tan cursi que la he visto cuatro veces. Esta vez lloré mucho en penosa soledad con la canción final, la que canta Barbra con Brian Adams. Terminé viendo cuatro programas buenísimos de Fashion tv mientras los dvd planeados se quedaron tirados en el sillón.
El domingo de resurrección vi un programa argentino llamado “Ser Urbano” sobre el detrás de cámaras de una película porno a bordo de un barco afuera de Buenos Aires, oh!. Obvio, lo vi todo, y los actores detrás de cámaras daban hasta ternura, pero el director (ajeno al cliché del director obeso, barbudo, sucio, y morboso que uno se pueda imaginar) era un señor intelectual, muy respetuoso, paternal, preocupón, alegre, simplemente adorable. ¿Qué cosas, no?