
En uno de mis días libres puedo salir a las 2pm y hacer lo que quiera el resto del día. Ese tiempo lo he usado para terapear, y budear de nuevo en uno de mis intentos de volver a lo zen que dejé atravesado en el camino. Un día fuí al cine a ver Milk en los cines “Muestra Alterna”, uno de mis lugares favoritos y uno de los pocos cines con propuestas diferentes, “de arte” que me parece absurdo el nombramiento porque el cine en sí ya es un arte tan bello como los demás sin importar procedencias, presupuestos o directores, pero, bueno. Tenía que ver Milk porque me gusta mucho el cine de Gus Van Sant he visto casi todas sus películas y siempre salgo gozosamente satisfecha, esta vez no fue la excepción.
Una de las cosas que me llama la atención de él es la musicalización, y esto en la entrada de la película me gustó –aunque a decir verdad se vio muy victimista- pero me gustó, así, a secas, porque tampoco fue la octava maravilla, está buena para verla una vez pero no dobletearla (si los activistas leen esto se ponen locas) es que el final es tan cursi, cursi y peca de entusiasta que poco me faltó para al salir de la sala ponerme mi pulsera de arcoiris y salir a la avenida a manifestarme por nuestro derecho a existir a grito profundo de “¡Ni enfermos ni criminales simplemente homosexuales!”
El que me dio mucha cosita fue Diego Luna, que de por sí me caga. Mira que desperdiciar esa película (de ruido garantizado), ese director, y ese actorazo, para que él hiciera una interpretación tercermundista, ranchera y llena de cliché de una jotita caprichosa. Quizá peco de malinchista pero todos los actores están bien, se ven naturales menos él. Pobre. Mi reciente placer es lo indispensable de la música house en mi vida. No hay día en el que no reproduzca beats y escuche una de las seis canciones de David Guetta que están de rigor en mi reproductor. Y todo porque comprendí que cuando escuchas música house es imposible lagrimear. No se puede, el cerebro se confunde y en lo único que piensa es en mover pies o manos. En una de esas hasta me hago Dj, yeah!
Una de las cosas que me llama la atención de él es la musicalización, y esto en la entrada de la película me gustó –aunque a decir verdad se vio muy victimista- pero me gustó, así, a secas, porque tampoco fue la octava maravilla, está buena para verla una vez pero no dobletearla (si los activistas leen esto se ponen locas) es que el final es tan cursi, cursi y peca de entusiasta que poco me faltó para al salir de la sala ponerme mi pulsera de arcoiris y salir a la avenida a manifestarme por nuestro derecho a existir a grito profundo de “¡Ni enfermos ni criminales simplemente homosexuales!”
El que me dio mucha cosita fue Diego Luna, que de por sí me caga. Mira que desperdiciar esa película (de ruido garantizado), ese director, y ese actorazo, para que él hiciera una interpretación tercermundista, ranchera y llena de cliché de una jotita caprichosa. Quizá peco de malinchista pero todos los actores están bien, se ven naturales menos él. Pobre. Mi reciente placer es lo indispensable de la música house en mi vida. No hay día en el que no reproduzca beats y escuche una de las seis canciones de David Guetta que están de rigor en mi reproductor. Y todo porque comprendí que cuando escuchas música house es imposible lagrimear. No se puede, el cerebro se confunde y en lo único que piensa es en mover pies o manos. En una de esas hasta me hago Dj, yeah!