mercadillo

Debería irme más al sur. Qué días tan locos. Supongamos que un viernes está el sol a lo que da, y acto seguido para el domingo andamos otra vez a menos de diez grados. Enero estuvo muy del tipo, las caras pálidas como vampiros. Hubo un día en que, de plano, me salí a las dos de la tarde a que me diera el sol un rato. Parada como pendeja en un estacionamiento nada más por la dicha de volver a sentir el calorcito. Nunca en mi vida pensé extrañarlo tanto. Al día siguiente las nubes otra vez, la llovizna. Precisamente, en mis tiempos de trovadora, había una canción de Delgadillo llamada Llovizna. Cómo me encantaba esa canción. Yo me ponía en pose de drama, bien existencial, pensando en que tarde o temprano salía el sol como dice la canción. Tenía toda la fintita de chica de izquierdas. Usaba morral, pulseras, y anillos de plata. Leía libros de grandes autores latinoamericanos. Leía “Las enseñanzas de Don Juan” que histéricamente olvidé en Guadalajara y no descansé hasta que mi ex me lo envió de vuelta. Y sólo me gustó la mitad del libro pero el chiste era pelear. En aquellos años era una chica urbana y radical.

Caminaba por las zonas heavys de la ciudad, compraba piratería, y paseaba con los puesteros. La imagen de abajo muestra un pasillo comercial que está escondido entre dos calles importantes del centro. Como en ese entonces trabajaba por ahí lo recorría todas las tardes al terminar mi jornada laboral. Vendían puras chucherías en la mayoría de los locales, abarrotes, cosas de tres pesos, flores sintéticas, etc.
Había un negocio de camisetas de esas de dibujos pachecos, de la cara del che guevara, y la marcas tipo “Nike” con letra grande. Ahí atendía una chica (seguramente gay) que siempre se me quedaba viendo mucho. Al parecer ya sabía la hora en la que pasaba porque siempre la encontraba en la misma esquina, con la misma mirada. Yo también la miraba nada más porque ella lo hacía :) y porque me gustaba coquetearle. Así pasaron meses. Hasta que un día dije: “Pss bueno” Y fui al local donde ella estaba para comprar una camiseta de esas.

“¿Por qué siempre estás enojada?” fue lo que me dijo después del: “¿En qué te puedo ayudar?” “No, nunca estoy enojada, así tengo la cara” le dije. “Ah, es que siempre te ves como enojada” No supe qué decirle así que nada más me le quede viendo. “Muéstrame esa, la de los Simpson”. Era, lo recuerdo bien, una playera negra de los Simpson parodiando a los Beatles. Comenzamos a platicar de por qué yo pasaba por ahí todas las tardes, cómo me llamaba, cómo se llamaba ella, a qué horas abría y a qué horas cerraba. Era amena, de plática fácil. Cuando le pagué nos quedamos algo torpes y nos despedimos como dos compas: “Ah, chido, cuídate, entonces nos vemos”, le dije. Ese día fue la última vez que pasé por ese pasillo comercial. No sé, a partir de esa tarde preferí rodear una calle. Lo recordé al ver la foto. Diez años de no pasar por ahí, y ni ganas de hacerlo.