mal cogidas

A veces detesto tanto padecer hipocondria. O martirizarme mentalmente de esa manera, o ser tan maricona, o exagerar las cosas, o imaginar tanto. O morirme de nervios. Fuí al hospital el martes, traigo dolor leve en la rodilla y quería recibir recomendaciones de un traumatologo. Pero al mismo tiempo siento punzadas en el abdómen, en esos momentos mi hipocondria me dice que es lo peor del mundo, la fatalidad. En los hospitales el trato es tan frío, tan impersonal, las secres con cara y actitud de mal cogidas, no entienden que una está preocupada, para ellas eres la ficha número equis que se tiene que fletar ese día. El médico familiar se hace pendejo preguntando cosas intrascendentes para después decirme que me va a "remitir" con quién sí sabe. No sin antes hacerse pendejo tomándome la presión y anotando cosas en la computadora.


Por lo visto no saben de la inmensa vulnerabilidad que siente el enfermo ante la enorme y absorbente máquina hospitalaria. Se siente uno a merced de todos esos médicos, enfermeras, secretarias y camilleros. Y una necesita ser recibida con cortesía, amabilidad, trato correcto. Sobre todo tenemos necesidad de recibir palabras, gestos, y atenciones amables, no indiferentes. Cuando vamos a consulta sufrimos (si no, no iríamos) y, sobre todo, estamos inquietos. Y si nos trataran bonito nuestro organismo se desestrezaría un buen, y quien sabe, igual y hasta se cura pronto. Trato bonito, una sonrisa amable aunque seamos 400 en lista. ¿No es mucho pedir o sí? Pero nadie te calma, nadie te da una sonrisa honesta. Un toque, por pequeño que sea, de tranquilidad. Te hacen sentir como una pinche rata de laboratorio a la que nada más atiborran de fármacos y te alejan (en la medicina oriental, de perdido, te escuchan y sonrien, supogo) El color blanco de las paredes, el silencio, el olor a medicamento, la tele en mute, todo confabula para que una se estrese más. Un viacrucis para pasar de un médico general, al departamento de citas (que no es atendido). Y eso que mi hospital es privado, pago cada puto mes una suma para "gozar" sus beneficios. Imagino que en uno público sería cuatro o cinco veces más desesperante y nerviosa la experiencia - ni siquiera barren los pisos en los públicos-. Es inevitable salir triste, o preocupado, aunque te digan que todo está de maravilla, vamos, tener cierta confianza.
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Siempre he pensado que las únicas felices en los hospitales son las mujeres que dan a luz y, quién sabe, porque terminan tan jodidias y con dolor que igual ni ellas. Por eso buscaré un gastro privado, y ojalá y me diga cosas como: "Usted tiene colitis, gastritis, estrés por vivir en esta ciudad tan alarmante y paranoica". Entonces le contestaría: "Y ni me pregunte cómo llegó el recibo de la luz, encontrará en los recibos el semillero de mis corajes y nervios". Bueno, ya, sólo quería desahogarme, mariconear. Los hospitales me dan estrés. En esos espasmos hipocondriacos lo único que necesito es mujer, tecito, y una película que me haga reír.
(y en estos momentos no tengo ninguna de las tres, mierde)