nunca te callas, vuelves a insistir

No soy un duchado de virtudes. Y como he regresado a mis enseñanzas espirituales que retomo cada tres meses, para ceder a la apatía los siguientes tres meses y así en el ciclo de 365 días, intento ser más compasiva y buena onda con el prójimo, sin lograrlo – verdad sea dicha-.
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Tendré que confesarlo: estos últimos tres meses me la he pasado leyendo mucho. Sin ningún fin intelectual, simplemente para dejar de pensar en la crisis – económica y existencial- y para no enamorarme o en dado caso evitar pensar en cuestiones amorosas. Esto me ha orillado encerrarme en una cápsula de egoísmo, y a la vez algo así como un retiro emocional. No es precisamente que me valgan madre los demás. Les deseo lo mejor, pero no estoy en condiciones de serles de utilidad alguna. Hay momentos en los que me llegan pensamientos del tipo: “¿Pero qué haces? Son personas valiosas, las estimas ¿y no te importan?” a lo que yo contesto: “Sí, las estimo, pero necesito mi integridad, mi intimidad” ,“Pero eres tú la que fomentas el aislamiento” “Relájate, sí, lo sé, pero nos la pasamos bien, no te quejes”, “Si no me quejo, pero piensa en el futuro, Rizoma. ¿Hacia donde va todo” “No lo sé, no me angusties, ya.” Etcéteras. Y me siento culpable -en ocasiones- por ser tan ensimismada, pero cuando me entrego a mis placeres se me olvida. Egoísmo, lo sé.
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Para evitar esa rebeldía social me metí a una clase. Veo gente todos los días, y saludo con sonrisas piadosas a quien me parece linda. Ocasionalmente saco conversación o me sacan. Pero... Ya se me fue la onda, no sé cómo terminar el post (me distrajeron) pero el punto era que me doy cuenta de que mi codependencia sigue ahí. Hay personas que me producen una fascinación tremenda, y me siento temerosa y distraída por eso, basta decirlo. Mmm, no tenía nada qué decir y termino hablando (como siempre) de mi precaria estabilidad. Lo peor es esto: me gusto.